Y heme aquí:
entre las navajas del tiempo,
renegando el futuro,
plantándole cara a tu adiós,
sin saber decir algo que te convenza,
que me distinga de los demás,
con un sentimiento diferente.
Porque no quiero perderte,
tengo la esperanza de mantenerte a mi lado
una vez más: estrechada,
en estos brazos cansados
de esperarte; resignados
a esperar un poco más,
ávidos de deseo, fuertes
y anhelantes por causa tuya.
Y estos labios, y esta boca,
y todo mi cuerpo sediento,
desesperado, demacrado.
Tirado en una esquina,
rodeado de basura.
Y mis labios…
esos labios que apresaron
los tuyos en llanto desquiciado,
con sabor a dulce y a mar.
Y esta boca, que ha hablado
la desesperanza de tu ausencia,
que algún día dirá lo que tanto calla.
Y Heme aquí: perdido,
buscándote en el acantilado nervioso
del tiempo, sangrando
tu imagen, rozando tus labios
en la imaginación persistente,
porque tú no estás,
porque ya no existes,
porque quizás nunca fuiste real:
solo una muñeca encantada y sin vida.
Me has dejado hundido en las
tinieblas y lejos de Dios,
fuera de los hombres,
tendido al sol, en
la tierra sin nadie, desértica,
sin ti, sin nada.
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