viernes, 7 de mayo de 2010

Del amor: a la vida

Yo nací para morir, quizás mi muerte

será espantosa, no quiero que sea

dolorosa, quiero que sea precisa,

pausada pero dulce, que no me maltrate.


He vivido bien tanto tiempo, en esta ciudad,

en esta casa de la que escribo, con sus paredes

y sus historias de fantasmas, con sus tijerillas,

con sus ratones ocasionales.


Amo la vida que llevo, ni más sobria,

ni menos ebria, dulce y amarga,

con un beso para dormir,

con una boca que me alimenta


y sacia mi complicada sed.

Y con esa dulce melodía, que se oye

a muchas calles de donde me encuentro,

mi perro, y el gato que mato ese desgraciado perro.


Me gusta saber que aquí, justo aquí,

es donde tengo que estar,

y también saber que no es tarde

para seguir viviendo.


Si fuéramos consientes de que

nacimos para regresar al seno de Dios,

nadie querría vivir, pero la vida te da

tantas satisfacciones, que vale la pena


terminarla de sabiduría y experiencia,

de terminarla con sueños,

porque así me he pasado la vida:

soñando tanto, sin querer despertar.


Amo al mundo por ser cruel y ruin,

por ser tan malo, por ser tan

grosero, porque a veces me escupe

en la cara. Lo amo porque me ha enseñado


tantas cosas, porque me ha quitado tanto…

Y porque todo eso, es como energía

que se regenera, decía mi abuela

que por cada puerta que se cierra se abre otra más.


Esta vida, esta tierra, este mundo;

el Dios de los cielos me la presentó a ella,

me inspiro a amarla, a desearla,

a respetarla, a adorarla.


Me dijo que ella seria la mujer

de mi piel, y que renacería en su mirada,

y me susurro que sería ella el final

de mis días, de mis pasiones.


Mi vida se reduce a hablar con ella,

se reduce a sus tiernos labios.

y también se reduce a mi madre,

a mis hermanos, al padre que no conozco.


Se reduce a mi prioridad de proteger,

de anteponer mi orgullo a mi necesidad.

La vida… el destino…

lo que sea, aquí me tiene.


Se me ha puesto la mesa,

con manjares exquisitos,

con frutas frescas, malteadas,

y un reconfortante vino.


Por eso amo mi existencia,

porque no soy un número,

porque no soy una línea en una hoja verde,

porque no soy una coordenada en el mapa.


Yo soy todo y todo me pertenece,

a mí me pertenece la continuidad

de las cosas, terminara cuando yo lo decida,

y entonces, trascenderé por siempre, hasta la eternidad…

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