domingo, 16 de mayo de 2010

Nada sirve, nada vale

Aunque desee que estas lágrimas

dejen de deslizarse por mis mejillas,

sé que no sucederá,


ya que te has ido, es lo único

que me queda de ti en la carne.


¿Y para que quiero más?


Sí la belleza de tu cuerpo ha

de ser de otro y tu corazón

está cerrado como antes de mi.


Solo necesito esta tierna

humedad que no termina de salir.


Y sin embargo, aún te siento…

en estas manos frías que te extrañan,

en este pecho que no tiene consuelo.


Regresa y borra las huellas

que me dejaste en el alma.


Bórrame tu imagen,

que de nada me sirve,

que de nada vale.


Porque yo sí te ame,

porque vibré

contigo a cada mirada,


y nada vale…


Ni mis penas ni tu crueldad,

ni siquiera esa noche que

frente a frente,

bese por primera vez

tus delgados labios

y rodee tu fina cintura…


Nada vale.


Aprendí a fundirme en mi almohada

consejera y solemne,

esperanzado a que vuelvas,


a que mi celular vibre,

a que el teléfono suene,

como si fuera lo único que habría

de esperar, como sí mi vida

dependiera de la voz

con que sueño y que me asfixia.


Y de los profundos ojos

que surqué como capitán en su barco,


guiado por la instrucción

del viento de tu alma:


a rodear tu corazón,

a recorrer tu nombre letra por letra,

olvidándome de las tormentas

y las coordenadas,

porque al final,

el sitio al que llegaría

seria siempre el mismo:


esos profundos ojos tuyos

en que me sumergí,

sin la esperanza de encontrar

algo al otro lado de ti.


Y así han de pasar mis noches:

sin sueño y con tantas cosas

que le estorban a mis ojos

para cerrarse,


y tú,


al pie de mi cama,

como fantasma que da miedo,


y yo,


con el dolor del día en los hombros,

con lágrimas invisibles cayendo de mis ojos…


y tú,


simplemente ahí: lejana.

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