Aunque desee que estas lágrimas
dejen de deslizarse por mis mejillas,
sé que no sucederá,
ya que te has ido, es lo único
que me queda de ti en la carne.
¿Y para que quiero más?
Sí la belleza de tu cuerpo ha
de ser de otro y tu corazón
está cerrado como antes de mi.
Solo necesito esta tierna
humedad que no termina de salir.
Y sin embargo, aún te siento…
en estas manos frías que te extrañan,
en este pecho que no tiene consuelo.
Regresa y borra las huellas
que me dejaste en el alma.
Bórrame tu imagen,
que de nada me sirve,
que de nada vale.
Porque yo sí te ame,
porque vibré
contigo a cada mirada,
y nada vale…
Ni mis penas ni tu crueldad,
ni siquiera esa noche que
frente a frente,
bese por primera vez
tus delgados labios
y rodee tu fina cintura…
Nada vale.
Aprendí a fundirme en mi almohada
consejera y solemne,
esperanzado a que vuelvas,
a que mi celular vibre,
a que el teléfono suene,
como si fuera lo único que habría
de esperar, como sí mi vida
dependiera de la voz
con que sueño y que me asfixia.
Y de los profundos ojos
que surqué como capitán en su barco,
guiado por la instrucción
del viento de tu alma:
a rodear tu corazón,
a recorrer tu nombre letra por letra,
olvidándome de las tormentas
y las coordenadas,
porque al final,
el sitio al que llegaría
seria siempre el mismo:
esos profundos ojos tuyos
en que me sumergí,
sin la esperanza de encontrar
algo al otro lado de ti.
Y así han de pasar mis noches:
sin sueño y con tantas cosas
que le estorban a mis ojos
para cerrarse,
y tú,
al pie de mi cama,
como fantasma que da miedo,
y yo,
con el dolor del día en los hombros,
con lágrimas invisibles cayendo de mis ojos…
y tú,
simplemente ahí: lejana.
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