jueves, 10 de junio de 2010

contemplarte

¿Qué más podría pedir
este mísero corazón pétreo
que se convierte
lentamente en arena,
que una noche acompañada de ti?

Y te miro… tan bella.

Mujer encantadora
de labios exquisitos,
aroma seductor,
sonrisa perfecta.

¡Te amo!
y nadie lo entiende;
te amo tanto
con este amor
esculpido en vesania,
con este amor magnifico,
con este amor insensato.
Y tú me amas;
lo puedo advertir,
casi como yo a ti,
con la diferencia
de que tu amor
nunca podría ser malo,
dañino, enfermo.
Afortunado aquel
que goza del calor
de un cuerpo por la noche,
afortunado yo
que me aferro a tu figura,
y sosegado es mi sueño.

Y vuelvo a mirarte,
intentando adivinar tu sueño
tras la silueta
que la tenue luz de la noche
ha dibujado de tu espalda
-¡aún eres bella!-,
volteo, te abrazo,
y en un abrir y cerrar de ojos;
comprendo que el claro de la mañana
es el autor del tan perfecto brillo
de tu piel morena y delicada.
Y te miro de nuevo
-no puedo dejar de hacerlo-,
te abrazo; quiero tenerte tan
cerca de mí,
estrechar mi cuerpo al tuyo,
sentir tu calor,
llenarme de tu perfume.

¡Besarte!
¡Mujer, tus labios son mi capricho!
¿No entiendes que un beso tuyo
detona mis sentidos?
¿No te das cuenta
del delirio de mi piel
al tacto de tus dedos, de tu cuello,
de tus muslos, de tu cuerpo?

No tengas miedo mi querida,
que no te haré daño;
sólo bésame y muéstrame
esa adictiva dulzura tus labios,
muérdeme, provócame;
y te enseñaré que a pesar
del enardecer de mis impulsos;
podrás dormir tranquila
con este pobre lascivo animal
enfermo de amor y deseo,
que no hará mas que contemplarte.

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