lunes, 26 de abril de 2010

De la amorosa vida

Siendo participe

de las hojas y del mar,

porque yo te daría mí

sangre y mi carne.


Te daría la vida y la muerte,

porque tú eres mar

y la esencia de las cosas

te pertenece.


A ti, bella y adorada mujer,

es que la obsesión

de mis noches en vela

te pertenece.


Dueña del alma mía

que respira y siente, solo

por tu cariño que nunca llegará,

con una historia que avanza


a quien sabe que lugares,

a quien sabe que confines,

¿llegará algún día a tu alma?

Eres el orgulloso corazón que deseo.


Camino quieto y solemne,

en esta luna, en este lugar,

donde no hay salida,

donde no tengo hogar.


Has hecho de mi lo que tu

antojo te ha permitido,

lo que deseas, y me has hecho

feliz con las migajas de tu cariño.


Y ahora, mi desdichado

corazón alza los ojos a tu pecho,

para ver con claridad tu corazón

que se desvanece, lento, muy lento.


Junto al mar y junto a las olas

que se van, a quien sabe que memorias.

Aquí hay un desafianzado espíritu

que languidece a cada soplo del viento.

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