Mi compañera solitaria
de noches sin luna,
de días sin viento.
Te esfumas
y apareces con aire orgulloso,
con caricias tiernas,
con mirada penetrante
que inspira los suspiros
de mi pecho.
Podrías elevarme
en el infinito mundo
de los sueños,
o cautivar mi mente
con una sonrisa:
podrías llenarme
de tu misterio
con una palabra,
con un susurro
de tibio aroma.
Eres todo
lo que me rodea:
parte de mi sombra,
parte de mis huesos.
Eres el fluir de mi sangre,
el calor de mi cuerpo.
La música que habita
la mortandad de los ecos,
que se prolongan
en tu ausencia traicionera.
Amada mía,
en tus brazos
encuentro el inicio
y el fin de mis días,
y la paz que baila
al compás de las olas.
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