Que cálido sentimiento
el que estremece mi pecho.
Es una ola que me aplasta
y que me envuelve.
Ola de alcohol que me embriaga,
que me pierde,
que me eleva al pecho
tardío del dios omnipotente.
La vida de todas las edades
fluye por mis venas,
y de nuevo me convenzo que
me pertenece la continuidad de las cosas.
Esta tarde no quiero
saber nada del mundo,
lo que quiero saber radica
en el presente,
en este instante:
este segundo lento
y misterioso que se ha ido.
¿Y que, sí como este momento
se han de perder muchos más,
sin darme cuenta, sin sentirlos?
Ahora, este aire que me penetra,
me hace seguir lo que no conozco,
me hace seguir tus ojos
a la distancia traicionera,
me detiene por encima del tiempo;
en el silencio: conociendo la muerte,
con el placer del perfume
del mundo adormecido.
II
Así como el alcohol de las olas:
quiero embriagarme con tu cuerpo,
recostarme entre tus brazos,
disfrutar el dulce sabor de tu fuego,
llenar mi alma de tu sonrisa
y de tus ojos,
también de tu cabello.
Saciarla, inundarla de ti
y regalársela a tus manos.
Quiero regalarte lo que soy
y esto que tengo,
lo poco que poseo,
y mis sueños que se
han hecho inagotables.
Este amor que estoy sintiendo
no se lo vendo a nadie:
ni a la luna ni al mar
ni a tu propio cariño,
es lo que me velará el día que repose
en el espacio entre tu boca y mi soledad.